Por Gabriel Fernández
Es difícil contestar los comentarios de Biolcatti sobre Evita.
¿Por qué?
Uno intenta rastrear contundencias, recobrar adjetivos, inventar condenas.
Sostener repudios.
Entonces, se me ocurren cosas tremendas: desde epítetos directos hasta sutiles tramas que denotan la grandeza de nuestra jefa espiritual por sobre la pequeñez del miembro de la Sociedad Rural.
Y no hay nada, no aparece nada, créame, que logre equipararse al odio pesado, definitivo, del oligarca.
Uno piensa que va a dar un mazazo contundente y, como es habitual, apenas desgrana la ingenua bronca del hombre del pueblo contra el poderoso.
Cuesta tanto odiar en esa dimensión que uno se siente tonto, apocado, limitado.
Lo que para ellos, hombres como Biolcatti, es un movimiento interior natural que se condice con su historia, su entorno y su política, para este periodista es un esfuerzo singular. Un ponerse en situación. Un forzarse a uno mismo: debo odiarlo.
(Pero vio, lector: no nos sale. Lo que solemos considerar una profunda ansia de revancha, cándido re-sentir a zapatazo limpio, matonaje peronista o violencia piqueteril, no es más que bronca y razón frente a seres que oscurecen la vida con su presencia.)
Uno se enoja con Biolcatti.
Pero Biolcatti ha superado esa vaga sensación hace rato; otra que enojo: el tipo ha sido cómplice de un gobierno que torturó mujeres embarazadas.
Sabe tomar el pulso y discernir cuándo alguien vive y cuándo alguien muere.
Los Biolcatti han violentado el cuerpo de Eva y han asesinado a miles de sus herederas.
Han creado campos de concentración y han barrido con los delegados obreros.
Han secuestrado niños y han saqueado una nación.
¿Quién puede responder, con la misma intensidad, al odio de ese hombre?
Creo que es imposible, porque como ha narrado Blades, no todos somos iguales.
Horas atrás, con los ojos llenos de furia, un humilde compañero me decía: a ese sorete habría que cagarlo a trompadas.
Se le antojaba, en su candor, el colmo de las venganzas. ¡Alguien debería hacerlo!
Biolcatti ha superado, también hace mucho, esas reyertas con resabios de nobleza: cada pibe que mendiga en nuestras calles es, qué duda cabe, producto suyo, de José Martinez de Hoz, de Domingo Cavallo.
Cada piba prostituída por la fuerza o por la falta de trabajo, cada varón desconcertado por un desempleo humillante, cada subocupado condenado a aceptar condiciones inadmisibles, cada ratero que tuvo que inventarse el laburo, cada cartonero que anda con la familia en las frías madrugadas, son Made in Biolcatti.
Eso es odiar, amigos.
Lo nuestro es afán de justicia, comprensión permanente, un insulto al pasar, hasta algunas agresiones que remedan un ataque.
El cachetazo de Luis D'Elía a un golpista. La piña de un joven sobre Alfredo Astiz. Las pullas de los manifestantes contra Roberto Alemann.
Biolcatti supone que el peronismo necesita auto engañarse y fingir que Esa Mujer está viva a través de una actriz.
Después de 70 años de ganar elecciones democráticas. Y de sufrir golpes de Estado orientados a anular la voluntad popular.
Ahora bien: quién sabe ¿no?
En una de esas algo resulta cierto; la inyección de vitalidad que los trabajadores de la Patria le dieron a Evita la mantienen, de algún modo, viva entre nosotros.
Y en una de esas Biolcatti, que anda caminando por ahí, sale en fotos y brinda arengas, está muy muerto.
En una de esas Biolcatti, con su perfume y sus camionetas y sus casonas, hiede.
En una de esas el hombre es un líder real, y encarna a un país que agoniza y derrama sobre todo lo vital un inconfundible aroma a putrefacción.
Frente a tus desprecios y a tus torturas, frente a tus crímenes y a tus robos, frente a tu odio miserable y a tu rencor infinito, Biolcatti, te hago llegar un sencillo pito catalán.
Así podrás decir, entre puros y vinos finos, en amable rueda de amigos: estos tipos no joden a nadie.
Es así nomás. No sabemos odiar a tu altura.
Pero acá estamos. Eso te saca de quicio.
Pasa el tiempo y acá estamos.
Tomando unos mates con María Eva Duarte de Perón, quien se ve tan hermosa, tan vital, tan joven, que no lo podrías creer.
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